Con ayuda de Dios podemos experimentar una vida de crecimiento permanente y, por ende, una vida plena. Es imperativo que nos evaluemos y volvamos la mirada al Señor.
Fernando Alexis Jiménez | Editor de la Revista Vida Familiar
El fracaso de tantas vidas, familias, sueños y proyectos, toma como punto de partida que nos hemos olvidado de Dios o—al menos—, lo hemos marginado de todo cuanto hacemos. Este es el principio de una vida plena.
Infinidad de personas han comprobado que actuar en sus fuerzas, pretender resolver las dificultades a su manera, antes que traer soluciones, agigantan las crisis y los resultados son lamentables.
Cuando nos rendimos al Señor y permitimos que sea Él quien tome el timón de nuestra vida personal, espiritual y familiar, todas las cosas cambian. El curso de la historia—que hoy es de dolor—experimenta un viraje alentador.
Como leemos en las Escrituras, es tiempo de volvernos a Dios, como escribió un profeta de la antigüedad:
«Diles, pues: «Así dice el SEÑOR de los ejércitos: `Volveos a mí’–declara el SEÑOR de los ejércitos– `y yo me volveré a vosotros’–dice el SEÑOR de los ejércitos.» (Zacarías 1:3 | Biblia de Las Américas)
Quizá se pregunte: ¿Por qué debemos involucrar a Dios en nuestra familia?
Al menos por las siguientes razones:
- Nos permite identificar en qué estamos fallando con el cónyuge y los hijos.
- Nos ayuda a encontrar salidas al laberinto familiar en el que nos encontramos.
- Nos acompaña en el proceso de cambio.
Usted puede alcanzar ese nivel de transformación en su hogar que tanto necesita.
El primer paso para avanzar en ese desarrollo, es recibir a Jesucristo como su único y suficiente Salvador. Cuando lo hacemos, emprendemos de su mano ese maravilloso viaje hacia el cambio y transformación que no solo anhelamos, sino que necesitamos. Ábrale hoy las puertas de su corazón a Jesucristo.
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