La única forma de apartarnos de la perdición eterna es volver nuestra mirada a Cristo Jesús. Sólo en Él encontramos salvación eterna. No por obras, sino por gracia.
Fernando Alexis Jiménez | Editor de la Revista Vida Familiar
La llamaban la puerta al infierno. Estaba en un inmenso escenario, en la ciudad grecorromana de Hierápolis. Todavía existe. Está en lo que hoy es Turquía. Se encontraba situada en la parte superior de una cueva que supuestamente era el umbral de acceso al inframundo.
Los sacerdotes paganos sacrificaban allí todo tipo de animales como ofrendas a los dioses, particularmente a Plutón. Toros, corderos y aves, morían apenas se arrimaban a la entrada.
Los habitantes de la antigüedad aseguraban que en el lugar rondaba la muerte. Nadie sobrevivía. Era como adentrarse a los avernos, en los cuales no hay posibilidad de sobrevivencia. Resultaba inexplicable.
El geógrafo griego Estrabón, que vivió entre el año 64 a. C. y el 21 d. C., describió el espectáculo: «Cualquier animal que entre se encuentra con muerte instantánea. En cualquier caso, los toros que son llevados a él caen y son arrastrados muertos, y yo arrojé gorriones y de inmediato dieron su último suspiro y cayeron», escribió.
Recientemente los científicos han proporcionado una explicación para el misterio. Aseguran que no se trata de algo sobrenatural. Una fisura en la superficie de la tierra, en las profundidades del sitio, emite dióxido de carbono a concentraciones tan altas que pueden ser mortales.
Utilizando un analizador de gases portátil, el investigador, Hardy Pfanz y su equipo de vulcanólogos encontraron CO2 en niveles que van del 4 al 53% en la boca de la cueva y hasta al 91% en el interior, más que suficiente para matar organismos vivos.
NUESTRA DECISIÓN
La nota resulta interesante. Pero más aún, saber que hay una puerta al infierno real. Está abierta a toda hora. Se llama mundanalidad. Y entran por ella quienes rechazan a Dios y desean experimentar todos los placeres, sin pensar que deberán responder por sus hechos.
El Señor Jesús se refirió a ella con claridad:
«Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.»
(Mateo 7: 13, 14 | RV 60)
Observe cuidadosamente. De acuerdo con el texto, usted y yo somos responsables de la puerta que escojamos. Ni siquiera satanás nos empuja. Él genera el escenario, es decir, crea la tentación. Pero ceder a ella, es nada más que nuestra determinación.
La única forma de apartarnos de la perdición eterna es volver nuestra mirada a Cristo Jesús. Sólo en Él encontramos salvación eterna. No por obras, sino por gracia.
Es hora de tomar una decisión y es volver nuestra mirada a Jesucristo. Recibirlo nuestro único y suficiente Salvador y permitir que gobierne nuestra vida y nuestro hogar. Decídase hoy por Jesús y salga de la puerta del infierno.
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